¿Por qué se bañaban en cobre los barcos de madera?

El cobreado es la práctica de proteger el casco de un barco de los efectos corrosivos del agua salada y de las incrustaciones biológicas mediante el uso de placas de cobre adheridas al exterior del casco. Fue introducido y desarrollado por la Marina Real durante el siglo XVIII.

Se comprobó que el cobre funcionaba muy bien, tanto para proteger el casco de la invasión de gusanos como para impedir el crecimiento de malas hierbas, ya que, al entrar en contacto con el agua, el cobre producía una película venenosa, compuesta principalmente por oxicloruro de cobre, que disuadía a estos organismos marinos. Además, como esta película era ligeramente soluble, se iba desprendiendo poco a poco, lo que impedía que la vida marina se adhiriera al barco. Sin embargo, el Almirantazgo no tardó en descubrir que los pernos de cobre utilizados para sujetar las planchas al casco habían reaccionado con los pernos de hierro empleados en la construcción del buque, dejando muchos pernos prácticamente inservibles.

Cuando estalló la Guerra Revolucionaria Americana, Francia (1778), España (1779) y los Países Bajos (1780) declararon la guerra a Gran Bretaña, que tuvo que enfrentarse a sus tres mayores rivales y a la pérdida de la Colonia. La retirada a Canadá provocó que los franceses bloquearan la flota británica.

Sir Charles Middleton (Interventor de la Armada) y Lord Sandwich (Firts Lord del Almirantazgo) atendieron al Rey Jorge III con una maqueta del HMS Bellona para explicarle el proceso y las ventajas del cobreado.

Persuadido por las ventajas de esta tecnología, el Rey autorizó en 1779 a la Junta de la Armada a revestir de cobre la flota, lo que permitió a la marina permanecer en el mar durante mucho más tiempo sin necesidad de limpiar y reparar el casco submarino, convirtiéndose en una propuesta muy atractiva, aunque costosa.

Afortunadamente, las minas de Gales iniciaron en esa época una producción a gran escala que saturó el mercado británico de cobre barato; sin embargo, las 14 toneladas de metal necesarias para revestir de cobre un navío de tercera clase de 74 cañones seguían costando 1.500 libras, frente a las 262 libras del revestimiento de madera (que resultaba en gran medida ineficaz tras un breve tiempo en el mar). El Almirantazgo consideró que los beneficios de una mayor velocidad y tiempo en el mar justificaban los costes que ello suponía, y en mayo de 1779 se ordenó que todos los buques de hasta 32 cañones fueran cobreados la próxima vez que entraran en dique seco. En julio, esta orden se amplió para incluir buques de 44 cañones o menos.

Se decidió entonces que toda la flota debía ser de cobre, debido a las dificultades de mantener una flota mixta de buques con y sin cobre. En 1781, 82 navíos de línea habían sido cobreados, junto con catorce navíos de 50 cañones, 115 fragatas y 182 buques no calificados. Cuando terminó la Guerra de los Estados Unidos en 1783, los problemas con los pernos del casco volvían a ser un problema importante.

Finalmente, se encontró una aleación adecuada para los pernos del casco, la de cobre y zinc. En 1786, el Almirantazgo decidió, a un coste muy elevado, proceder al reatornillado de todos los buques de la Armada, eliminando así definitivamente el problema de la corrosión de los pernos.

Este proceso duró varios años, tras los cuales no fue necesario introducir cambios significativos en el sistema de cobreado y el chapado metálico siguió siendo un método estándar de protección del casco submarino de los buques hasta la llegada de las modernas pinturas antiincrustantes.